Poetas Muertos
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No se hace uno viejo por haber vivido muchos años,
se hace uno viejo por haber defraudado su ideal.
Gral. MacArthur

viernes, 11 de junio de 2021

EL HUNDIMIENTO DE LA CASA USHER VI



NARRACIONES EXTRAORDINARIAS


Carezco de palabras para expresar todo el alcance de su convencimiento. La creencia, sin embargo, estaba relacionada (como antes he insinuado) con las piedras grises de la casa de sus antepasados. Las condiciones de sensibilidad se habían cumplido allí, según él imaginaba, por el orden de distribución de las piedras, así como por los innumerables hongos que las recubrían y los árboles que rodeaban la mansión, y sobre todo, por la larga y no perturbada duración de todo aquel orden y por la duplicación en las grises aguas del lago. La evidencia -la evidencia de la sensibilidad- podía verse (decía, y entonces yo me sorprendía de oírle hablar) en la gradual aunque cierta condensación de la atmósfera cercana a las aguas del lago y a las paredes de la casa. El resultado se descubría, añadía él, en aquella influencia muda pero insistente y terrible que durante siglos había moldeado los destinos de su familia y que había hecho de él lo que era. Tales opiniones no necesitan comentario y yo no haré ninguno.  




 Nuestros libros -los libros que durante años habían formado una pequeña parte de la existencia del inválido -estaban, como puede suponerse, en completo acuerdo con aquel carácter fantasmal. Estudiábamos minuciosamente obras tales como; El Ververt et Chartreuse, de Gresset; el Belphegor, de Maquiavelo; el Cielo y el Infierno, de Swendenborg; El viaje subterráneo de Nicolás Klimm, de Holderg; las Quiromancias de Roberto Flud, de Juan de Indaginé, y de Chambre; el Viaje a la Distancia azul, de Treck, y la Ciudad del sol, de Campanella. Uno de los volúmenes favoritos era una pequeña edición en octava del Directorium Inquisitorum, del dominíco  Eymeric de Gironne. Había pasajes de Pomponio Mela, acerca de Sátiros y Egipanes africanos, con los cuales Usher se ensimismaba durante horas enteras. Sin embargo, su principal goce lo hallaba en la lectura bde un extraordinario, raro y curioso libro en cuarto gótico, que procedía de alguna iglesias olvidada: el Virgiliae Mortuorum Chorum Eclesiae Maguntinae.

Belphegor

No puedo dejar de pensar en el extraño ritual de aquella obra y su probable influencia en el hipocondríaco, porque una tarde, después de informarme bruscamente que su hermana lady Madelaine había muerto, me manifestó sus propósitos de mantener insepulto el cadáver durante una quincena (antes de su entierro definitivo), en una de las numerosas criptas existentes en el edificio. La razón humana que el aducía para tan singular conducta era de tal naturaleza que yo no podía permitirme discutirla. Como hermano, había llegado a tal resolución (así me lo dijo) por considerar el carácter poco común de la enfermedad de la muerta, porque los mismos médicos sentían curiosidad en torno a aquel fallecimiento, y por la remota y arriesgada situación del cementerio de la familia. No negaré que cuando volví a recordar el aspecto siniestro de la persona que vi en la escalera el día de mi llegada a la casa no sentí deseos de oponerme a lo que solo consideraba una preocupación inofensiva y de ningún modo reprobable.

A petición de Usher, le ayudé personalmente en los preparativos de aquel enterramiento temporal. Una vez que depositamos el cuerpo en el ataúd, lo llevamos al lugar designado. La cueva donde lo colocamos (cerrada tanto tiempo que nuestras antorchas casi se apagaron como consecuencia de la atmósfera confinada) era pequeña, húmeda y totalmente desprovista de cualquier entrada de luz, quedando a gran profundidad, inmediatamente debajo de la parte del edificio donde se hallaba la habitación en que yo dormía. 






Aparentemente en remotos tiempos feudales había sido empleada para el peor fin; el de mazmorra; y en los últimos días, como polvorín o para guardar otras sustancias actualmente combustibles, estando una porción del suelo y todo el interior de un largo corredor abovedado por donde llegamos, cuidadosamente recubierto de cobre. La puerta, de hierro macizo, había sufrido también una protección similar. Su inmenso peso producía un inusitado y agudo ruido chirriante cuando giraba sobre sus goznes.


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