EL PRINCIPITO XIII
El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! —Gritó el
vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
—¡Buenos días! —dijo el principito—. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
—Es para saludar a los que me aclaman —respondió el
vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa
nadie por aquí.
—¿Ah, sí? —preguntó sin comprender el principito.
—Golpea tus manos una contra otra —le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente
levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey",
se dijo para sí el principito, que continuó
aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle
quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía
de aquel juego.
—¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? —preguntó
el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las
alabanzas.
—¿Tú me admiras mucho, verdad? —preguntó el vanidoso al
principito.
—¿Qué significa admirar?
—Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello,
el mejor vestido, el más rico y el
más inteligente del planeta.
—¡Si tú estás solo en tu planeta!
—¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
—¡Bueno! Te admiro —dijo el principito encogiéndose de
hombros—, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy
extrañas", se decía para sí el principito durante
su viaje.
El tercer planeta estaba habitado por un bebedor. Fue una
visita muy corta, pues hundió al
principito en una gran melancolía.
—¿Qué haces ahí? —preguntó al bebedor que estaba sentado en
silencio ante un sinnúmero de
botellas vacías y otras tantas botellas llenas.
—¡Bebo! —respondió el bebedor con tono lúgubre.
—¿Por qué bebes? —volvió a preguntar el principito.
—Para olvidar.
—¿Para olvidar qué? —inquirió el principito ya compadecido.
—Para olvidar que siento vergüenza —confesó el bebedor
bajando la cabeza.
—¿Vergüenza de qué? —se informó el principito deseoso de
ayudarle.
—¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerró
nueva y definitivamente en el
silencio.
Y el principito, perplejo, se marchó.
"No hay la menor duda de que las personas mayores son
muy extrañas", seguía diciéndose para
sí el principito durante su viaje.
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