Poetas Muertos
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No se hace uno viejo por haber vivido muchos años,
se hace uno viejo por haber defraudado su ideal.
Gral. MacArthur

lunes, 14 de junio de 2021

EL HUNDIMIENTO DE LA CASA USHER VII




 NARRACIONES EXTRAORDINARIAS


Una vez que dejamos depositada nuestra carga fúnebre sobre unos soportes en aquella mansión de horror, levantamos un poco la tapa del ataúd, aun no clavada, y echamos una mirada sobre el rostro de su ocupante. Al punto me llamó la atención el fuerte parecido del hermano con su hermana, y Usher, adivinando tal vez mis pensamientos, murmuró unas palabras por las cuales supe que la difunta y él eran gemelos y que siempre había existido entre ellos una simpatía de naturaleza casi inexplicable.


No obstante, nuestras miradas no permanecieron mucho tiempo fijas en la muerta, porque no pudimos contemplarla sin espanto.. La enfermedad que había acabado con la vida de Lady Madelaine en plena juventud  le había dejado -como sucede generalmente en personas fallecidas por catalepsia -una especie de falsa rubicundez en el rostro y la parte del pecho que se descubría, pintándose en aquel esa sonrisa furtiva que resulta espantosa en los labios de una persona muerta. Volvimos a colocar y clavar la tapa, y después de haber asegurado la puerta de hierro, emprendimos contrabajo el regreso hacia las habitaciones no menos melancólicas de la parte alta de la casa.


Catalepsia

Transcurridos algunos días de amargo pesar para mi amigo, se operó un cambio ostensible en los síntomas de su desorden mental. Sus maneras habituales habían desaparecido. Sus costumbres ordinarias eran desatendidas y olvidadas. Vagaba de habitación en habitación con prisa desigual y sin objeto.. Su tez había asumido, si es posible, una palidez aun más espectral, pero la luminosidad de sus ojos había desaparecido por completo. Desapareció el áspero tono de voz que adoptaba en ocasiones, reemplazado por un trémulo balbuceo que parecía provenir de un terror extremado De hecho, algunas veces yo hubiera jurado que su espíritu, incesantemente agitado, luchaba con algún secreto horrible, pero que le faltaba el valor necesario para revelarlo. Otras veces me veía obligado a atribuirlo todo a las simples vaguedades de la locura, pues le veía observar el vacío durante largas horas en una actitud de profunda atención, como si escuchara algún sonido imaginario. No debe sorprender que su estado me aterrara, que me contagiase. Sentí que de modo lento y segura se iban adueñando de mi espíritu las extrañas influencias de sus fantásticas e impresionantes supersticiones.

Una noche, la séptima o la octava desde que trasladaron a Madelaine a su tumba transitoria, al acostarme a hora avanzada experimenté plenamente el poder de tales sensaciones. El sueño no quería acercarse a mi lecho, mientras las horas transcurrían una a una. Luche por buscar la razón del nerviosismo que me dominaba. Trataba de creer que casi todo lo que sentía se debía a la opresiva influencia del triste mobiliario de la habitación, de los oscuros y rasgados tapices, torturados por el viento en una tempestad naciente, que se agitaban sobre las paredes y chocaban lúgubremente con los adornos de la cama. Pero mis intentos resultaron inútiles. Un temor incontenible fue poco a poco invadiendo mi cuerpo y, al fin, la pesadilla de una angustia sin motivo se asentó sobre mi corazón. Respirando con fuerza, conseguí apartarlo de mi, e incorporándome sobre las almohadas y atisbando con ansiedad por la intensa oscuridad de la sala, escuché, sin otra razón que un impulso instintivo, ciertos opacos e indefinibles sonidos que llegaban a mí, a largos intervalos en las pausas de la tormenta. 


Dominado por un intenso sentimiento de horror, inexplicable pero invencible, me vestí con apresuramiento (pues tenía el presentimiento de que no podría dormir nada más durante la noche) y luchando por sobreponerme a mi mismo, comencé a recorrer la habitación de arriba abajo.




HOMBRE LOBO EN PARÍS

https://youtu.be/pHj-xQowyV0



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