SANTA ANNA
SCHÄFFER
Con 19 años cayó a una caldera con agua y lejía hirviendo, así comenzó su via crucis .
Santa Anna Schäffer
Mística y con estigmas, «intercesora en la pastoral de cuidados paliativos»
Santa Anna Schäffer (1882-1925) fue una mujer, en cuerpo y alma, llamada a ofrecerse en expiación por los pecados del mundo. Mística, con visiones y estigmas, su vida llena de dolores es un auténtico desafío al mundo de hoy más preocupado por culto al cuerpo y a la salud que por su bien espiritual. Cuando fue canonizada por el Papa Benedicto XVI ya se le habían atribuido cientos y cientos de milagros, y el Papa mismo pidió “que su intercesión intensifique la pastoral de los enfermos en cuidados paliativos”.
Anna nació en Mindelstetten, Baviera, Alemania, el 18 de febrero de 1882. Era la tercera de seis hermanos. Su padre era carpintero y falleció siendo relativamente joven. Su infancia fue feliz, era buena estudiante y se la describía como “tranquila, modesta y devota”.
Expiación
En otro tiempo huyó, pero en la nueva situación Anna vio claro que su momento había llegado. Así que, fiel a su consagración al amor de Cristo, decidió que su sufrimiento no fuera en vano, por lo que ofreció su vida y su dolor al Señor como una expiación por los pecados y desagravio a Jesús. Su vida fue oración, penitencia y expiación.
Años más tarde, el 4 de octubre de 1910 tuvo unas nuevas visiones que ella llamó “sueños” en los que Jesús le confirmó su plan: “Te he aceptado para expiación de mi Santísimo Sacramento”. En la mañana de ese día, mientras recibía la Sagrada Comunión de manos de su párroco, cinco rayos de fuego, como relámpagos, golpearon sus manos, pies y corazón: “Inmediatamente comenzó un dolor inmenso en estas partes del cuerpo. He podido sufrir este dolor sin interrupción desde octubre de 1910”.
Éxtasis, amor y más dolor
Con esto, el Señor ennobleció el sufrimiento de Anna uniéndolo al suyo. Ella misma le imitaba, no en la rebeldía ni en el cuestionamiento, sino en la entrega, en el espíritu de sacrificio, en el amor, como Cristo en la cruz: “¡En el sufrimiento aprendí a amarte!”, escribió entonces.
Unos años más tarde, el día de san Marcos de 1923, entró en éxtasis y padeció los sufrimientos del Viernes Santo. Su salud se deterioró rápidamente: parálisis espástica de las piernas, calambres severos por una dolencia en la médula espinal y cáncer en los intestinos. Muchos se preguntan cómo Anna podía soportar tanto sufrimiento. Pero se pone aún peor: se cae y sufre lesiones cerebrales, lo que afecta gravemente su capacidad para hablar. Desde este momento ella también llevó ocultos los estigmas de Cristo.
"No quiero cambiar mi lecho de sufrimiento por ningún otro"
La fuerza la obtuvo de la Eucaristía casi diaria: “No hay pluma con la que pueda escribir lo feliz que soy después de cada Comunión... En estos momentos estoy tan feliz que no quiero cambiar mi lecho de sufrimiento por ningún otro”. Está claro que el Señor no solo colocó pesadas cruces sobre ella, sino que también le dio consuelo celestial.
Anna creció más y más en su amor a Jesucristo, lo que le permitió dedicarse a las necesidades e intenciones de los demás. De hecho su vida fue conocida y su reputación incluso va más allá de las fronteras alemanas, llegando a recibir numerosas cartas de apoyo y de petición de intercesión de Austria, Suiza y otros países más lejanos. Ella, desde su lecho, también escribió cartas de aliento, recibió numerosos visitantes y oraba por quien se lo pedía. El 5 de octubre de 1925 murió orando, una vez más, con sus últimas fuerzas: “¡Jesús, te amo!”.
GRACIAS A LA VIDA
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